Nara

Acuarela / Papel, 30×40 cm

Cada mañana regaba su planta. Fue lo único que le dejó su madre antes de marcharse. «Antes de que empiece a florecer, habré vuelto». No sabía cuánto tiempo era eso, pero tenía que hacer que esa planta sobreviviera, porque no tenía nada más para comprobar que su madre volvería. Y así la planta creció más robusta que ninguna, verde esperanza rabiosa. Fue al cabo de los meses que empezaron a asomar los botones que prometían lo innombrable. Ya no sabía si regarla o dejar que pidiera el agua a gritos, igual que ella… Hasta que una madrugada la despertó ese cuerpo cálido y tierno, ese olor que conocía desde que vino al mundo. Y desde entonces pensó que su madre tenía algo de planta y que estaba a punto de florecer. 

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